Darle gusto al cuerpo, qué mejor salutación después de años de no vernos. Bueno, eso pensaba yo, de Alma no sabía nada excepto que había aceptado mi invitación a comer. Quizá sólo paticaríamos de los viejos y buenos tiempo y con una promesa de pronto encuentro se despediría sin más. ¡Ah!, pero esas maravillosas copas que a algunos los llevan a aflojar la lengua, a otros las piernas y a ellas, pues... aquéllas, parecían haber hecho su trabajo con eficiencia. Bastó que yo me levantara al baño y regresara con la noticia de que al lado de los mingitorios había una maquinita que ofrecía adminículos para un encuentro amoroso con toda la asepsia posible -pensando, supongo, en los que de improviso, sin plan previo pero con copas de por medio, se les calienta el ánimo-: loción, enjuage bucal y condones, tres compartimentos distintos a los que había que insertarles dos monedas de un peso por cada servicio. En mi vida las habia visto por estas tierras de la improvisación, sexual sobre todo.
Su respuesta a mi hallazgo dijo todo: "¿Y cuántos sacaste, los cinco de rigor? ¿Te acuerdas?" Claro que me acordaba, me acuerdo y me acordaré, porque de recuerdos vive el hombre, pero para que querría yo cinco condones a estas alturas de la vida que no fuera para llenarlos de agua y aventarlos desde la azotea. No se lo dije a Alma e interpuse un argumento cien por ciento económico: "No tenía más que dos monedas y se las tuve que dar al cuate que te ve orinar con toda la paciencia y descaro del mundo, y te prende la maquina para que te seques las manos". "Oye, si quieres yo te doy cambio, aqui traigo, y te traes algunos". Tome las monedas que no habían tardado más de un minuto en salir de su monedero y me dirigí a la máquina avientacondones repitiéndome "Algunos, algunos."
Inserté las dos monedas y salió el primero. Continué sacando hasta completar los cinco, el hombre del baño no me quitaba la mirada hasta que le dije metiendo el creciente abdomen y levantando el pecho: "Qué, ¿no lo cree?", y me salí sin deci más, pero pensando que el cazador estaba siendo cazado y a punto de ser puesto en evidencia: Alma, sin tantos aperitivos mediadores y desde tiempo atrás, ahora ya era seguro, había planeado plancharme cinco veces, cuando menos.
Llegué con los preservativos en la bolsa del saco, se los mostré y de inmediato pidió la cuenta. "Ya vamonos" -me dijo-, "sé de un hotel que está por aquí cerca, en el 13 de Álvaro Obregón. Yo lo disparo."
Salimos directo al estacionamiento, nos subimos en su auto y nos dirigimos al Hotel Parque Ensenada. En el trayecto me fui callado, en secreta labor de autohipnosis: "Tienes que aguantar cinco, y otro más y otro más. Tienes que aguantar cinco, y otro más y otro más: tu todavía puedes. Mira nada más lo que te vas a comer." Ella pagó los 460 de rigor por una habitación y a correr al fogón. No medió palabra, emprendió labores cuanto antes y yo..., ahí, firme y respondón. Aún hoy, en plena cruda de sexo, he de admitir que gracias a mi Alma, y no por mí, porque yo sólo cumplí, repetí mi viejo récord.
diciembre 12, 2008
Años de distancia... años de no vernos
Escrito por
Brenner
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Cochinadas en mi vida,
Mi subconsicente se siente blogstar
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