diciembre 12, 2008

Años de distancia... años de no vernos



Darle gusto al cuerpo, qué mejor salutación después de años de no vernos. Bueno, eso pensaba yo, de Alma no sabía nada excepto que había aceptado mi invitación a comer. Quizá sólo paticaríamos de los viejos y buenos tiempo y con una promesa de pronto encuentro se despediría sin más. ¡Ah!, pero esas maravillosas copas que a algunos los llevan a aflojar la lengua, a otros las piernas y a ellas, pues... aquéllas, parecían haber hecho su trabajo con eficiencia. Bastó que yo me levantara al baño y regresara con la noticia de que al lado de los mingitorios había una maquinita que ofrecía adminículos para un encuentro amoroso con toda la asepsia posible -pensando, supongo, en los que de improviso, sin plan previo pero con copas de por medio, se les calienta el ánimo-: loción, enjuage bucal y condones, tres compartimentos distintos a los que había que insertarles dos monedas de un peso por cada servicio. En mi vida las habia visto por estas tierras de la improvisación, sexual sobre todo.

Su respuesta a mi hallazgo dijo todo: "¿Y cuántos sacaste, los cinco de rigor? ¿Te acuerdas?" Claro que me acordaba, me acuerdo y me acordaré, porque de recuerdos vive el hombre, pero para que querría yo cinco condones a estas alturas de la vida que no fuera para llenarlos de agua y aventarlos desde la azotea. No se lo dije a Alma e interpuse un argumento cien por ciento económico: "No tenía más que dos monedas y se las tuve que dar al cuate que te ve orinar con toda la paciencia y descaro del mundo, y te prende la maquina para que te seques las manos". "Oye, si quieres yo te doy cambio, aqui traigo, y te traes algunos". Tome las monedas que no habían tardado más de un minuto en salir de su monedero y me dirigí a la máquina avientacondones repitiéndome "Algunos, algunos."

Inserté las dos monedas y salió el primero. Continué sacando hasta completar los cinco, el hombre del baño no me quitaba la mirada hasta que le dije metiendo el creciente abdomen y levantando el pecho: "Qué, ¿no lo cree?", y me salí sin deci más, pero pensando que el cazador estaba siendo cazado y a punto de ser puesto en evidencia: Alma, sin tantos aperitivos mediadores y desde tiempo atrás, ahora ya era seguro, había planeado plancharme cinco veces, cuando menos.

Llegué con los preservativos en la bolsa del saco, se los mostré y de inmediato pidió la cuenta. "Ya vamonos" -me dijo-, "sé de un hotel que está por aquí cerca, en el 13 de Álvaro Obregón. Yo lo disparo."

Salimos directo al estacionamiento, nos subimos en su auto y nos dirigimos al Hotel Parque Ensenada. En el trayecto me fui callado, en secreta labor de autohipnosis: "Tienes que aguantar cinco, y otro más y otro más. Tienes que aguantar cinco, y otro más y otro más: tu todavía puedes. Mira nada más lo que te vas a comer." Ella pagó los 460 de rigor por una habitación y a correr al fogón. No medió palabra, emprendió labores cuanto antes y yo..., ahí, firme y respondón. Aún hoy, en plena cruda de sexo, he de admitir que gracias a mi Alma, y no por mí, porque yo sólo cumplí, repetí mi viejo récord.


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